Revive la magia navideña con la alegría de la infancia | Opinión | EL PAÍS
La Navidad era ese mágico momento del año, puro y genuino, repleto de abrazos cálidos y risas auténticas. Una temporada que nos alentaba a detenernos, a contemplar a nuestros seres queridos con ternura y a sentir el corazón un poco más ligero. Sin embargo, hoy en día, parece estar envuelta en un papel brillante de consumismo y ajetreo. El amor y la solidaridad quedan ocultos tras las ofertas y los regalos que, a menudo, ni necesitamos ni recordaremos. No obstante, hay algo que permanece intacto, algo que aún no hemos logrado empañar del todo: la ilusión de los niños. Para ellos, la Navidad continúa siendo un enigma, un momento donde todo es posible. Quizás la clave radica en volver a percibir la Navidad como ellos lo hacen, en dejar de lado tanto regalo superfluo y recordar que lo que verdaderamente importa no se puede comprar. Tal vez haya llegado el momento de recuperar esa esencia: un abrazo sincero, una conversación honesta, una mirada que dice “estoy aquí”. Para mí, en esto reside el verdadero significado de la Navidad.
Mis jóvenes hijos han vuelto en Navidad para pasar unos días con sus padres tras estar trabajando en países extranjeros. El gozo de recibirlos ha sido inmenso, y hasta el perro daba saltos de alegría al reconocerlos después de tanto tiempo. Las habitaciones desordenadas que dejaron atrás en el hogar familiar han sido reordenadas e incluso pintadas. Cuando vuelvan a irse a ese futuro incierto y nebuloso, dejando la habitación desarreglada y privada de presencia, sólo desearé que vuelvan la próxima Navidad. ¿Será este realmente el espíritu de la Navidad?
Aún ando en la búsqueda de la Navidad perfecta: que si acá, que si allá, que si con este o aquel, que si viajo o me quedo, que si regalo grande o chico, que si invitamos o no a aquellos, que si mesa afuera o adentro... y así, innumerables conjeturas. Las mismas cada vez. Mientras escribo, pienso que mi Navidad perfecta está a un paso, lo estuvo siempre. La Navidad perfecta es la imperfecta, la que debo preparar con el corazón, la que me lleve a abrazar el desorden de su planificación, la que me haga ver los rostros y miradas de los que están a mi alrededor en el ruidoso brindis, en el guiño junto al árbol, la emoción del niño con su regalo. Y así sucederá. Agradezco prepararme, en medio de esas indecisiones, a este caos y estar dispuesta a recibir lo que venga. Esta es mi Navidad.